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Encíclica Papal CREDO UT INTELLIGAM
Is it enough to be sorry?
Juanita Fernández Solar ( 1900-1920)
(Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones Fernández Solar - Santa Teresa de Los Andes)

Fuente: Antología de Colina/Marino Purroy Remon O.C.D. (Ver nota abajo)

La heredera, por lo Solar, de la Hacienda Chacabuco, prefirió heredar en la otra vida. Además si se hubiera quedado en la Hacienda, no habría heredado mucho, porque su padre, don Miguel, era lo que se llama un "mala cabeza".
Un bastante mala cabeza.
El Diario de Juanita tenía 58 capítulos, y las Cartas eran 164. Aquí presentamos sólo una muestra del diario de esta niña que fue canonizada por el Papa el 21 de marzo de 1993.
La vida de la Santa Teresa de los Andes (¡lindo nombre!) tiene gusto a poco. Estuvo en este mundo sólo 19 años. Pero vivió con una intensidad espiritual notable, se reconcentró, se fue para adentro.
Sus escritos son como los vitraux, que dejan pasar la luz, que dejan pasar la gracia. Y el alma de Sor Juana Fernández se fue haciendo transparente en Chacabuco.

DIARIO

Murió mi abuelito

En 1907, murió mi abuelito como un santo. Me acuerdo perfectamente cuando nos fuimos al fundo -a "Chacabuco"- que estaba tan bien. Mi tía Teresa con los dos niños se fue con él y con nosotros, de quien no se separaba.

Todas las tardes nos hacía subir a caballo, sacando al cara o sello quién sería la primera. Siempre salía la Rebeca. Estaba bien, cuando una noche le vino el ataque de parálisis. Inmediatamente se lo trajo mi tía por tierra a Santiago, donde luego le dijeron que estaba sin remedio. Lo hacían sufrir con los remedios más terribles. Al fin mi pobre viejito no sabía cómo estaba. El 13 de mayo, día de su muerte, recibió los Sacramentos. Llamó a sus hijos. Los aconsejó. Al lado de su pieza estaba el oratorio. Principió a decirse la misa cuando lo vieron que tenía una cara de espanto y decía "quítenlo" y se cubría la cara con las manos. Eran terribles tentaciones del demonio. Mi mamá le echó agua bendita y se fue el diablo. Después, lo tentó otra vez, y se fue para que su muerte fuera como su vida: en paz. A1 levantar en la Consagración la Santa Hostia su alma se voló al cielo sin haberlo notado nadie. Parecía dormido. Su muerte fue la de un santo. Como lo fue su vida.

Inmediatamente se nos avisó a Chacabuco. Me acuerdo que estaba en cama durmiendo y nos fueron a avisar. Nosotras, chicas, no nos dimos mucha cuenta; pero no lloramos porque a Lucho, mi hermano sumamente enfermizo que hacía poco se había escapado de la muerte, no le querían decir. Así es que nosotras, sin hacer mucho esfuerzo, nos quedamos bien calladas. Cuando hacía rato nos estaban vistiendo, Lucho principia a gritar y a llorar amargamente. Fueron a verlo y decía: "¿Por qué me han engañado? ¿Por qué no me han avisado? Mi tata ha muerto". Y lloraba a mares. No se supo cómo lo había sabido, pues nadie se lo había dicho. Mi tata se lo avisó mientras dormía.

A los pocos días llegó mi tío Francisco llorando y diciendo las cosas más tristes, con lo que yo me puse a llorar, pero a mares, no pudiéndome consolar. Nos trajeron a Santiago y, al encontrar la pieza vacía, me hizo una impresión tan grande que me parecía que todo se había acabado. Y andaba tan triste como no es posible imaginarse.

A1 poco tiempo remataron la casa y el fundo, que lo dividieron en tres hijuelas. Con la hijuela del medio, se quedó don Salvador Huidobro; con la de la cuesta, mi tío Francisco y con la de los Baños, mi mamá. Con la casa de Santiago se quedó mi tío Eugenio.

Nosotros nos cambiamos a la Calle Santo Domingo1, casa como la otra, llena para mí de recuerdos muy gratos. Me pasó aquí una cosa digna de contarse. En la noche, cuando se nos apagaba la luz del cuarto pero todavía quedaba la luz del cuarto de mi mamita2, yo veía aparecer a mi tatacito a los pies de la cama de la Rebeca; pero lo veía nada más que la mitad del cuerpo. Se me apareció ocho días seguidos. Yo me moría de susto y me pasaba a la cama de la Rebeca. Desde allí no lo veía.

 

Mi devoción a la Virgen.

Preparación para mi Primera Comunión.

Cuando fuimos por última vez a Chacabuco, mi tía Juanita me dio una Virgen de Lourdes de loza que había tenido siempre al lado de mi cama, con tal que tomara un remedio. Me lo tomé y me la dio. Esta es la Virgen que jamás ha dejado de consolarme y de oírme3.

Por este tiempo empieza mi devoción a la Virgen. Mi hermano Lucho me dio esta devoción, con la que he estado y estaré, como lo espero, hasta mi muerte. Todos los días Lucho me convidaba a rezar el rosario, e hicimos juntos la promesa de rezarlo toda la vida; la que he cumplido hasta ahora. Sólo una vez, cuando estaba más chica, se me olvidó.

Nuestro Señor, desde aquí, se puede decir, me tomó de la mano con la Santísima Virgen. Desde este período mi carácter se puso iracundo, pues me daban unas rabietas feroces; pero eran muy de lejos. Después nadie me sacaba de paciencia. Los niños, mis hermanos, lo hacían a propósito. Me decían muchísimas cosas para hacerme rabiar, pero yo seguía como (si) no los oyera. Por esto mi mamá me hizo regalona; pero después, cualquiera cosa que me contrariaban me ponía a llorar y me daban (llantos) histéricos.

Cuando nos fuimos a Chacabuco, fue con nosotros una prima de mi mamá que no me podía pasar, y la Rebeca era la regalona. Con esto sufría como no es posible imaginar; pero yo con ella era terrible, no le soportaba nada4.

En 1907 entramos al colegio5. Ud. puede saber, Madre, lo que la incomodamos con nuestro carácter. Muy bien nos acordamos cuando mi mamá le contaba las peleas que teníamos con mis hermanos y Ud. nos llamaba y nos hacía ponernos bien.

Desde esta época es cuando Nuestro Señor me mostró el sufrimiento. Mi papá perdió una parte de la fortuna. Así es que tuvimos que vivir más modestamente.

Yo cada día pedía permiso a mi mamá para hacer mi Primera Comunión. Hasta que accedió en 1910. Y empecé mi preparación. Me parecía, querida Madre, que ese día no llegaría jamás y lloraba de deseos de recibir a Nuestro Señor. Un año me preparé para hacerlo. Durante este tiempo la Virgen me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección.

En el mes del Sagrado Corazón, yo modifiqué mi carácter por completo. Tanto que mi mamá estaba feliz de verme prepararme tan bien a mi Primera Comunión.

Me costaba obedecer porque, sobre todo cuando me mandaban, por flojera, me demoraba en ir. Entonces me dije a mí misma que, aunque no me mandaran, iría corriendo primero que los otros. No peleaba con los niños. A veces me mordía los labios y me apresuraba para vestirme. Hacía actos, los que apuntaba en una libreta. Tenía llena la libreta de actos. Ay, qué diferencia entre entonces y ahora. ¡Cómo volver a esa época! Pero, ¿acaso no he recibido más favores de Nuestro Señor?

Una rabieta que tuve

Nos vinimos del Pensionado y al poco tiempo nos fuimos a Chacabuco, que mi papá había arrendado. Pero yo no podía subir a caballo, lo que me causaba un sacrificio muy grande; pues no hay nada que me guste más que el caballo. Lo pasamos muy bien. Hubo misiones. Tuvimos misa seguido y me sentía muy feliz.

Para mayor humillación contaré una rabieta que tuve, que fue tan grande que parecía que estaba loca. La causa de ella fue que mi hermana y mi prima que estaba con nosotros no se quisieron bañar juntas con nosotras, porque éramos muy chicas. Me disgustó que me dijeran chica y no quería irme a bañar, pero me obligaron. Cuando ya nos estábamos vistiendo, llegaron las chiquillas a apurarnos, pero les contesté que no me vestía hasta que se fueran. Pero ellas no quisieron irse, y mi mamá me dijo que me vistiera. Yo, taimada, no quise. Me pegó mi mamá y fue todo inútil. Yo lloraba y era tanta la rabia que tenía, que quería tirarme al baño.

Mi mamita me principió a vestir, pero yo seguía rabiando. Cuando estuve lista, me arrepentí de lo que había hecho y le fui a pedir perdón a mi mamá, que tenía mucha pena [de] verme así y decía que se venía a Santiago para no estar con una chiquilla tan rabiosa. Ella no me quiso perdonar; con lo que yo lloraba inconsolable. Me echó de su pieza y yo me fui a esconder para llorar libremente. Llegó la hora de tomar onces y no quería ir hasta que me obligaron; pero yo estaba avergonzada y no quería mirar a nadie, pues había dado muy mal ejemplo. No sé cuántas veces pedí perdón, hasta que en la noche, mi mamá me dijo que vería cómo era mi conducta en adelante.

Yo creo que de este pecado he tenido contrición perfecta, pues lo he llorado no sé cuántas veces. Y cada vez que me acuerdo, me apeno de haber sido tan ingrata con Nuestro Señor que me acababa de dar la vida.

Ø      Su madre explicaba esta cólera de Juanita por lo nerviosa que la dejó el cloroformo por una operación de apendicitis, la que también fue la que le impidió, durante un tiempo, andar a caballo.

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Auco, 27/06/2006 Iglesia de Aconcagua despide al P. Marino Purroy ocd

P. Marino Purroy ocdEl sacerdote carmelita parte a Pamplona, después de un apostolado de 30 años en Chile. La Misa de despedida será en Auco este jueves 29 de junio al mediodía.

Con una solemne Eucaristía la Iglesia de Aconcagua despedirá al P. Marino Purroy Remon, ocd, quien partirá próximamente a Pamplona, donde residirá definitivamente junto a su comunidad.

La Misa se celebrará este jueves 29 de junio a las 12:00 hrs. en el Santuario Teresa de Los Andes (Auco), y será presidida por Mons. Cristián Contreras Molina, Obispo de la diócesis de San Felipe de Aconcagua.

Fray Marino Purroy Remón, sacerdote español nacionalizado chileno de 87 años de edad, ha ejercido su apostolado sacerdotal en Chile durante 30 años. Varios de ellos los dedicó a gestionar y agilizar los complicados procesos canónicos que culminaron en la canonización de Santa Teresa de Los Andes en 1993.

El P. Purroy ha trabajado y sigue trabajando por dar a conocer en el país y en el extranjero la vida y el mensaje espiritual de la primera santa chilena, divulgando sus escritos y publicando varios ensayos sobre ella.

En el Santuario de Teresita de los Andes, donde el sacerdote carmelita presta sus servicios, lleva 16 años dedicando varias horas diarias a atender a los incontables devotos de la Santa que peregrinan a su santuario.

Ha sido autor de numerosos folletos sencillos, catequísticos, entre los que destacan los que iluminan el problema del dolor enseñando a no dejarse aplastar por su peso.

Fuente: Comunicaciones San Felipe

 

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